La cándida lagrimita no pretendía nada, simplemente estaba ahí, como cuando en serio tienes muchas ganas de jugar. Se hallaba sentadita en el cachete de la pequeña, viendo abajo, buscando el vértigo, el impresionante riesgo de existir, y a la vez esperando que la pequeña no dé ni un minúsculo pasito tún tún, porque de lo contrario se iba a terminar la existencia, regada en el suelo, con todo el sol quemándola, evaporándola y ella pues.... no quería morir; poco tiempo pasó con vida la lagrimita, la niña creció, se movió, la mató, y los recuerdos de esa lagrima para la pequeña, no fue más que un rasguño de la infancia, alguna caída nada placentera en la que se golpeó el codo, en la que se sacó la madre, o quizá solo fue un despertar, un nacer, un vivir, un frío incomodo, o caca en el pañal, hambre, dientes, muelas, y en fin, si describiera cuántas veces esa niña lloró... la verdad no alcanzo, no pretendo terminar de describir el llanto, no hablo de la niña en todo caso, ni de la vulnerabilidad de esa pequeña. Solo hablo de la lágrima, de esa que ya no existe, de la pequeña gota transparentosa que quema una mejilla, hablo de la perfección de la forma del dolor, si lloran queridos lectores, sí, y solo si lloran, dejen de limpiarse las lágrimas, de moverse tanto, las lagrimas quieren vivir, se aferran a lo salino de la existencia, y a lo implacable del querer morir, en fin.
Te adoro enana llorona...
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